Berlinale 2017 (día 1):
nostalgia

Tres películas de Competición se estrenaron ayer: “T2 Trainspotting”, “The Dinner” y “On body and Soul”. La Berlinale arranca motores pero no logra despegar.

Tras la gala inaugural en la que se proyectó “Django” y que nuestra compañera María Luz pudo ver, ayer se estrenaron los 3 siguientes largometrajes de la sección reina, Competición. Dejando la esperadísima vuelta de los heroinómanos de Edimburgo 20 años después en “T2 Trainspotting” (que ha venido de invitada en fuera de competición) el plato fuerte del día ha sido “The dinner”, la nueva cinta de Oren Moverman, director de “The Messenger” (2009) y “Rampart” (2011), y con Richard Gere como estrella protagonista. También se esperaba mucho de la reconocida directora húngara Ildikó Enyedi, “On body and soul”. Sin embargo, ninguna de ellas ha logrado entusiasmar al público. Algo que si ha hecho una modesta cinta brasileña en la sección Panorama, “Como nossos país”.

“T2 Trainspotting”: Danny Boyle sigue en forma

Uno de los estrenos que más se esperaba este año, tanto dentro como fuera del festival, avivado sobretodo por esa curiosidad maléfica de ver si el oscarizado realizador británico Danny Boyle era capaz de repetir la formula mágica con la que hace 20 años realizó una de las cintas de culto de los 90 e hito de toda una generación: “Trainspotting” (1996). Haciendo una adaptación algo libre de la que ya fue su secuela literaria, “Porno” de Irvine Welsch, Boyle demuestra que si es capaz de volver a plasmar la potencia, frescura, rabia y vertiginoso dinamismo y que a pesar de rondar ya los 60, sigue fresco como realizador, tal y como directores de la talla de Paul Verhoven o George Miller han demostrado recientemente.

T2 trainspotting

“T2 Trainspotting” bebe mucho de su precuela, quizá demasiado. Si os pasa como a mí, que hace muchos años que no la revisiono, hay muchos detalles importantes que cuestan cuadrar a pesar de los necesarios flashback. También se homenajea mucho a las ya míticas (y son varias) secuencias del filme original y que hacen de ella una película tan especial y única. Quizá no juegue a su favor tanta autoreferencia, pero no se puede negar es que los gags que surgen a partir de esos homenajes son desternillantes y suficientemente fuertes como para convertirse en escenas emblemáticas de esta secuela. Si no era suficiente, la idea central del guion gira en torno a lo ocurrido en el clásico de 1996, abriendo nuevas heridas y ver lo poco o nada que ha cambiado desde entonces. En definitiva, Boyle nos ofrece un divertimento muy sano con los personajes de siempre, más viejos, pero no más adultos y dispuestos a desparramar y cometer tantas locuras como siempre. Todo esto quiere decir, por otro lado, que el realizador no aporta nada nuevo. Solo en el apartado visual podemos apreciar cierto pulido con respecto al original. La aridez del montaje y los planos quedan más elaborado por la madurez técnica del realizador, pero no le resta ni un ápice de fuerza ni brutalidad. Nadie sabe tan bien como Boyle, montar planos imposibles sin que quede el argumento quede desfigurado o ininteligible, sino que aporta locura que hace de la historia algo único.

Repiten en los papeles principales el mismo elenco de la cinta original pero con 20 años más a la espalda. Ewan McGregor, Ewen Bremmer, Jhonny Lee Miller y, sobretodo, Robert Carlyle están sublimes. Saben otorgarle a sus personajes la experiencia vivida durante esta elipsis temporal sin perder la esencia que hizo de sus personajes el mito. Como aporte femenino, una correcta Anjela Nedyalkova interpretando a Veronika que otorga un poco de cordura y serenidad a tanto desfase. El resultado, un largometraje que ofrece lo que se esperaba, muy disfrutable y divertida que ha arrancado una calurosa ovación en la sala.

“The dinner”: Moverman se atraganta

Tras superar la temida barrera de la ópera prima exitosa (“The Messenger”) con la correcta “Rampart”, hoy nadie esperaba el desastre de dirección que el israelí Oren Moverman nos tenía esperado con “The dinner”. Como su nombre pronostica, el filme gira en torno a una cena familiar en un restaurante de alta cocina. Los comensales son el aspirante a gobernador Stan Lohman (Richard Gere) y su mujer Kate (Rebeca Hall), junto al hermano de este, Paul (Steve Coogan) y su mujer Claire (Laura Linney). La reunión parece no ser un evento familiar corriente, sino que necesitan discutir un grave problema que poco a poco iremos descubriendo. Con las credenciales del director, la situación que invita a una perfecta cinta de corte teatral del estilo Un dios salvaje (Roman Polanski, 2011) y el elenco estelar, ¿qué podría salir mal? Pues parece ser que casi todo.

the dinner

Empecemos por lo único que se puede salvar de la quema, las actuaciones. Si bien todos están fantásticos, se podrían dividir en tres escalones diferentes. Por encima de todo estaría Steve Coogan. Acostumbrados a sus dotes cómicas y poco más, la complejidad dramática del personaje y lo bien que lo resuelve es todo un grato descubrimiento. Logra salpicar dicha intensidad con pequeños toques irónicos que aligeran las escenas de manera soberbia. Justo por debajo estarían Laura Linney, que demuestra una vez más ser una actriz magnífica transmitiendo con su mirada desde la más dulce ternura hasta el más despiadado odio, y Rebeca Hall que, cinta tras cinta se consagra como una de las mejores actrices de su generación haciendo de mujer florero con convicciones y un fuerte temperamento. Y más abajo está Richard Gere, haciendo de Richard Gere. No es un mal actor, pero al igual que Tom Cruise o Tom Hanks, han llegado a una comodidad haciendo siempre el mismo papel que les sale innato. Los tres han demostrado de sobra que tienen más registro y ya se hicieron su sitio cuando fueron jóvenes y este confort se entiende, pero como espectador no deja de molestar.

En cuanto al resto de la película, no queda nada bueno que decir. Dividida la cinta en los diferentes platos del menú, cada parte se centra en un tema diferente entorpeciendo el avance de la trama principal. De hecho, durante casi media película nos olvidamos por completo para centrarnos en el personaje de Steve Coogan que más tarde se pierde sin que aporte nada más. Moverman intenta meter muchas cosas para rellenar una historia demasiado simple. El uso abusivo del difuminado y la saturación de luz, sumado a que media cinta son flashbacks, acaban lastrando la narración del relato haciéndolo casi insoportable. Tras casi 2 horas de cinta en la que no acontece nada, solo se cuentan decenas de cosas pasadas e inconexas, el berenjenal es tan grande que el director no sabe como acabarlo y directamente entra a créditos desconcertando a la gente. Y, como es lógico, la respuesta del público es el rotundo silencio. Sólo tras 5 minutos de créditos finales, hubo un tibio aplauso por cortesía del equipo artístico que estaba presente en la sala.

“On body and soul”: un slapstick un tanto grotesco

Con un título tan genérico e impersonal como parece, se ha estrenado la última película de la realizadora húngara Ildikó Enyedi, conocida por obras magnas como “My 20th century” (1989). La cinta cuenta la historia de Endre (Géka Morcányia) y Mária (Alexandra Borbély), encargado y inspectora respectivamente de un matadero. Ambos son personas peculiares por razones bien distintas, pero un día descubren que hay algo que les une.

Desde los primeros 5 minutos de “On body and soul”, queda claro que Enyedi busca provocar, no dejar a nadie indistinto. Tras mostrar un inicio de tono lento y poético, bruscamente cambia para sorprendernos con un brutal manifiesto ecológico mientras seguimos el proceso de matanza y despiece de una vaca al estilo de la fabricación de una bala en “El señor de la guerra”(Andrew Niccol, 2005). Es tan bestial que el patio de butacas miraba a todos los lados menos a la pantalla. Sin embargo, conforme avanza la trama principal de la cinta, la relación entre los protagonistas, entendemos que el hecho de que trabajen en el matadero solo es la excusa para avasallarnos tan desagradablemente con estas brutales imágenes. A mitad de la película volvemos a virar de estilo hacia la comedia. Una comedia inteligente con diálogos mordaces realmente disfrutable que, sin embargo, estos también van involucionando al slapstick sádico más tontorrón. Si este tono que al final acaba adquiriendo la cinta fuese desde el principio sería muy fácil de entrar, pero ya ha cambiado tanto de registro la película que este tono final te saca por completo de la historia. En esta caída al absurdo es cuando, narrativamente, la cinta es más convencional con el fin de ver evolucionar a los personajes hasta el final. Pero desgraciadamente, la realizadora está absorta con tanta genialidad cómica que apenas vemos ninguna evolución hasta el final.

La bestialidad de las imágenes y la trama contrasta con la armonía y tranquilidad de las imágenes. La realizadora demuestra su veteranía con una perfecta realización técnica que invita a la ensoñación. Y en cuanto a las actuaciones, son todas reseñables excepto la de Alexandra Borbély en el papel de Mária. Con ello no quiero dar a entender que sea mala actriz, pero el papel que interpreta es muy difícil de hacer bien. Una persona tan maniática y con problemas de socialización, solo alguien como Dustin Hoffman en “Rainman” (Barry Levinson, 1988) podría hacerlo. A Borbély se le ven demasiado las intenciones y no queda natural, lo que te abstrae en ciertas ocasiones del filme. Sin ser un fracaso como “The dinner”, la cinta ha polarizado la sala. Aquellos que se han dejado llevar por los vaivenes de género y se han desternillado con los golpes de humor la han aplaudido a rabiar, mientras la otra mitad se han ido sin hacer ruido.

“Como nossos pais”: mujeres al borde de un ataque de nervios

Ya fuera de la sección principal, hemos indagado un poco en que nos cuenta Panorama y nos hemos llevado una grata sorpresa. Lo que podría traducirse a nuestro idioma “Como nuestros padres”, es el quinto largometraje de la directora brasileña Lais Bodanzsky. Nos cuenta la historia de Rosa (Maria Ribeiro), una mujer de 38 años, hija de padres divorciados, casada y con dos hijas. En una comida familiar, Rosa descubre que su padre no es el que ella siempre había pensado, sino que ella había sido el fruto de una infidelidad de su madre. Desde ese momento, una cadena de verdades y mentiras sumirán a la joven en un pozo de desesperación donde luchara por encontrarse a si misma.

como nuestros padres

“Como nossos país” es una deliciosa tragicomedia muy bien contada aunque sea mediante una narrativa y un montaje de lo más tradicional. La cinta no nos cuenta nada nuevo que no hayamos visto mil veces en otras películas, pero la delicadeza y la acidez con la que lo cuenta junto al clamor feminista desde la posición de la mujer común de clase media pero con mucho carácter como vemos en todas las mujeres que aparecen, hasta las niñas, aporta brillo y frescura a la cinta. También acierta con el tono y el tempo, que permite saborear de la historia y de los infortunios con los que Rosa tiene que ir lidiando y de las maravillosas secuencias de la protagonista con cada uno de sus padres por separado, que aportan, tanto a su hija como al espectador sabiduría y experiencia. Si la cinta tiene algún otro pero a parte de que no se atreve a arriesgar y apuesta por lo clásico es la innecesidad de varios personajes secundarios. Casos como el hermano o su madrastra son personajes muy bien construidos pero que aparecen en momentos que no aportan nada a la historia. En esta ocasión, el público ha sido unánime y ha aplaudido el filme Lais Bodanzsky aunque sin demostrar exceso de admiración.

Pablo Luján

“Django”: cuando tu pasión es lo único que te salva

Un drama que recuerda en su estética y temática a “Malditos bastardos” pero con secuencias musicales que se viven como auténticos monólogos. Este biopic semificcionado es la ópera prima del francés Etienne Comar y con la que el festival decidió arriesgarse para abrir la edición 67 de esta Berlinale.

Prohibido bailar” así reza en alemán el cartel de la sala parisina abarrotada de altos mandos nazis en una Francia del 43, tan pesimista como ocupada por el régimen de Vichy. Pero el culpable de saltarse la norma hasta moverlos de sus asientos será Django Reinhardt (Reda Kateb), un guitarrista gitano al que, además de haber sido uno de los músicos de jazz más influyentes de toda Europa, le tocaron vivir los años más grises del Viejo Continente.

Basada en la novela del aquí guionista Alexis Salatko “Folles de Django”, el largometraje se centra en los duros meses de la persecución nazi que vivió esta estrella musical, y de la que poco se conocía. Al principio, todos estábamos expectantes de saber si la tan explotada temática nazi en el cine iba a ser una película más de tantas o no. Tampoco los trabajos elegidos para las sesiones inaugurales de años anteriores (“¡Ave César!” de los Cohen, o “Nadie quiere la Noche” de Isabel Coixet) habían dejado un nivel demasiado exigente. En mi humilde opinión, este swing político consiguió manifestar en suelo alemán que no todo está contado sobre la banalidad del mal. El hasta ahora guionista y productor, Etienne Comar, se estrenó sin lograr entusiasmar a la crítica. Pero en este festival, ya saben que la intención política es lo que cuenta.

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El actor Reda Kateb hizo en la presentación un paralelismo con los tiempos que vivimos: “Quería mostrar a un músico en una estructura histórica compleja, y los paralelismos que hay con los refugiados de hoy, como las restricciones que hay sobre ciertas personas para poder viajar, o el rechazo de personas que no piensan igual que tú. Los gitanos nunca tuvieron una patria propia, pero la música es inseparable a su estilo de vida, les proporciona una vitalidad que los mantiene en marcha. Es su sangre de vida, su significado de existencia. Los regímenes totalitarios y terroristas suelen ir detrás de la música primero. Los nazis trataron de detener el jazz porque mezclaba diferentes culturas.”

Como monos en un circo, el filme arranca con el concierto del Quintette du Hot Club de Paris ante los alemanes que tomaron París. Tras deleitarlos con su alegre gipsy jazz (jazz gitano) o “jazz manouche”, el guitarrista estrella, Django, recibe la oferta de poder ir de gira a Alemania, e incluso acabar tocando ante el ministro Joseph Goebbels o el mismísimo Führer. Pero una vieja y especial amiga, Louise de Klerk, (Cecile de France) alerta a Django y a sus músicos de la limpieza étnica que el Tercer Reich está ya iniciando también en París a su comunidad. Si acepta ese viaje, quizás no vuelva jamás.

Con su mujer (Beata Palya) y su entrañable y peculiar madre (Bimbam Merstein) Django huye hacia el este de Francia para poder alcanzar la libertad en suelo suizo. Pero por supuesto que no será todo coser y cantar. Como las vivencias actuales de muchos refugiados en lugares fronterizos como Idomeni, Django y su familia tendrán que esperar el invierno, entre promesas, en un campamento gitano separado de Suiza por una frontera natural, un río. Pero la posibilidad de salvarse dependerá de las ganas de enfrentarse de nuevo, con su mejor arma, su guitarra, ante los mismos espectadores de circo.

El protagonista pasará de no querer involucrarse en política porque “esta guerra no es la mía”, es de “gadjos” o payos, a tener que comprometerse y jugar sus cartas de la supervivencia. Pero su viaje es tan introspectivo que nos resulta demasiado evasivo a veces.

El final de la cinta es la secuencia más solemne. La película reconstruye Requiem for the Gypsy Brothers, una pieza de Django Reindhardt de la que sólo quedaban algunos fragmentos, y en la que es un gran acierto que, esta vez, una secuencia musical no quede interrumpida con diálogos.